LA EXPERIENCIA DE DESIERTO: UNA MISIÓN A REALIZAR
Por Julia Merodio
Siguiendo con el libro del Éxodo, encontramos que Moisés que, lo mismo que nosotros, estaba asustado ante la misión que, Dios, le había encomendado realizar; y le pidió que la hiciese otro en su lugar.
Pero, Dios, siempre cercano y comprensivo, en vez de liberarlo de la misma, le permitió que lo acompañase su hermano Aarón para que, el uno en el otro, encontrasen un apoyo. Entonces “Dijo, Dios, a Aarón: Sal al encuentro de tu hermano en el desierto”
ANTE LA INMENSIDAD DEL DESIERTO
Yo me pregunto qué pasaría por la cabeza de Aarón, al encontrarse ante el gran desierto. El, sabía bien lo duro que era cruzar un desierto; encontrarse en una inmensidad, donde no se ven las salidas; donde todo es igual; donde no hay señales identificativas; ni caminos, ni personas para poder preguntar…
Cruzar un desierto y en soledad, en aquel tiempo, debía de ser algo espantoso. Sin embargo, a la gente de hoy, le resulta difícil entender, lo que supone cruzar un desierto a pie y desprovisto de toda seguridad.
Hoy el desierto, se cruza en un confortable avión, saciando nuestra sed con un refresco de moda y leyendo, con tranquilidad, el periódico del día. Pero entonces no. Cuando alguien cruzaba el desierto, se daba cuenta de que allí no había nada que alegrase la vista. Con escasez de provisiones y falta de agua, las horas se hacían interminables y el camino angosto…
Los únicos signos, que presentaba el desierto eran: el aislamiento y el silencio. De ahí que, su realidad, nos esté gritando, la dureza que supone, llegar: a la soledad de la persona.
Lo queramos o no, el ser humano, en los momentos cruciales de su vida siempre se encuentra solo. En la toma de una decisión importante, en una enfermedad, en un fracaso… el ser humano se encuentra solo y únicamente, Dios, puede llenar esa soledad. Todos tenemos experiencias de que hay circunstancias, en nuestra existencia, que son intransferibles, nadie puede sustituirnos en su realización. ¿Quién puede sufrir un dolor por mí? Nadie.
Cada uno tiene que aceptar su sufrimiento. Cada uno tiene que asumir que, en toda vida, hay etapas de desvalimiento que, tenemos que recorrer tramos: difíciles, oscuros, ásperos, arduos… Tramos de los que, mucha gente huye, abandona, se revela. Quizá nadie les ha hablado de Desierto y se han encontrado, por sorpresa, metidos en él. Porque al desierto, no siempre se va por elección, normalmente la persona se encuentra metida en él sin esperarlo y cuando menos lo pensaba. ¿Quién busca una enfermedad o una prueba?
Eso mismo le pasó al pueblo de Israel; él no buscó ir al desierto, fue conducido por Moisés y por encargo de Dios. El mismo Jesús, nos dice el evangelio de Mateo, que fue llevado al desierto para ser tentado. Sin embargo nosotros, queremos entrar en el desierto, libremente, para silenciar nuestro interior; queremos recorrerlo desde la humildad y el respeto, sabiendo que todas las carencias, que encontremos en él, serán colmadas por el mismo Dios. Y su fuerza nos hará, seguir caminando sin detenernos, por esta gran aventura que es la vida. Sintiéndonos felices, como nunca nos habíamos sentido; percibiendo la necesidad, de buscar a Dios, como nunca lo habíamos buscado.
EN COMPAÑÍA DE DIOS
Ante la inseguridad del Desierto, hay algo seguro: La compañía de Dios. En los versículos siguientes, a los que acabo de mostrar, encontramos estas sugerentes palabras:
“El Señor los precedía, por el día, en la columna de nube, para marcarles el camino y por la noche en columna de fuego para alumbrarles y que pudiesen seguir caminando. Y, ni la columna de nube, ni la de fuego los abandonaban”
En la travesía de la vida, lo queramos o no, tiene que haber momentos de desierto para reconocer los errores y aprender de ellos. Cuando llega un momento duro, en el que tienes que adentrarte en tu desierto sin más remedio, parece que no vas a ser capaz de cruzarlo; pero aunque no la veas, la columna de nube, en la que Dios te acompaña, marcha a tu lado y, aún pareciendo imposible, somos capaces de pasar por las diferentes fases, que se nos irán presentando:
Primero llega.- La entrada al desierto: Acompañada de miedo y huida. Es el momento en el que te chocas con esa dura realidad, al desnudo. Te das cuenta de que, no te sirve de nada huir, vayas por donde vayas, no podrás salir de ella; no te queda más remedio que aceptar las condiciones para seguir caminando, por muy dolorosas que sean.
Ese primer instante da paso, al momento de: La aceptación: Tiempo en el que, te llega la fuerza para asumir, lo que antes parecía imposible. Sin darnos cuenta entramos en el abandono. Señor aquí estoy, tu conoces mi debilidad y yo tu fuerza. Nos hemos situado en el centro del desierto, en su núcleo duro, áspero y cruel; pero todo ha cambiado, de nuevo empezamos a ser nosotros mismos y colaboramos con ímpetu para cruzar, la densa arena y salir de ella.
Surge un nuevo tiempo, el tiempo de: La valentía: Periodo en el que percibes que no estás solo porque eres amado, acompañado, esperado… Son las idas y venidas del desierto. El Éxodo nos muestra que, el desierto, no es línea recta. La gente acepta y se revela; asume y desobedece; confiesa y reniega… es la vida misma; todos hemos tenido experiencias parecidas alguna vez.
Notando que, sobre todo, cuando la prueba es dura y larga, se vuelve al cansancio y a la duda y a la huida… una vez y otra. Las fuerzas parecen agotarse, nuestra resistencia llega al límite, todo parece acabado… pero de nuevo vuelve a salir, el Señor a nuestro encuentro y percibes que la columna de nube por el día y la de fuego por la noche, siempre estaban acompañado nuestra soledad.
Quizá todo esto nos venga bien, no sólo para revisar nuestra vida, sino también la del grupo. Seguro que, cada uno, estaremos en un momento distinto; vamos a compartirlo, con la certeza de que nos enriquecerá.
PARA LA ORACIÓN PERSONAL
Hemos observado que, en el desierto, lo que más duele es la soledad. ¡Si hubiera alguien, con quien compartir una palabra! No hemos sido capaces de darnos cuenta que sí hay Alguien que puede decirnos esa palabra que necesitamos: Es el mismo Dios.Por eso vamos a acercarnos a esa Palabra para dejarle:
• Calar en nuestro interior.
• Y trabajar nuestro barro.
“El Señor dijo a Moisés: Di a los israelitas que cambien de rumbo, para que el faraón piense que el desierto los tiene atrapados. Yo haré que el faraón se obstine y os persiga. Cuando eso ocurra, el faraón y todo su ejército, sabrán que Yo soy el Señor” (Éxodo 14, 1 – 5)
Así hacemos silencio, nos ponemos en actitud orante y ponemos ante Dios nuestro desvalimiento, acercándonos a su Palabra, convencidos de que ella va a ser, un oasis, en nuestro inmenso desierto.
Lo avala la realidad de comprobar que:
- Cuando hay carencia de recursos materiales, la Palabra es, ese oasis, acogido con
ardor.
- Cuando se pasan momentos de desolación, la Palabra sosiega y acompaña.
- Cuando se busca de verdad, la Palabra evita que nos hundamos en lo estéril.
- Cuando se apodera de nuestra vida la oscuridad, la Palabra es resplandor en el
sendero.
“Entonces Moisés y Aarón dijeron al pueblo: Por la tarde conoceréis que ha sido el Señor, quien os ha sacado de Egipto y por la mañana, veréis la gloria del Señor, a pesar, de haber oído vuestras murmuraciones” (Éxodo 16, 6 – 8)
Después de interiorizar, la fecundidad de la Palabra, en el desierto de nuestra existencia; vamos a traer a la mente, aquí ante el Señor, un hecho concreto de nuestra vida, en el que necesitábamos escuchar una palabra de aliento, de consuelo, de cercanía…
¿Encontramos a alguien dispuesto a compartir esa palabra?
¿Qué efectos causo ese hecho en nosotros?
¿Nos acercamos a la Palabra de Dios o preferimos estar lejos de ella?
¿Qué nos dijo, Dios, en aquel silencio?
¿Qué sentimientos produjo esa Palabra en nosotros?
* ¿Nos llenó de paz?
* ¿De tranquilidad?
* ¿Disipó nuestros miedos?
* ¿Nuestras dudas?
*¿Nuestras incertidumbres?
“Elías se llenó de miedo y huyó para salvar la vida. Se adentró en el desierto y después de un día de camino, se sentó bajo una retama deseándose la muerte. Pero el Ángel del Señor, lo tocó y le dijo: Levántate y come, pues te queda aún un camino muy largo” (I Reyes 19, 3 – 8)
Con referencia al grupo:
* ¿Qué puede aportar al grupo, mi experiencia personal?
* ¿Cómo es acogida por el grupo?
*¿Me he sentido acompañado-a, por el grupo, en los momentos duros?
TERMINAMOS CON ESTA ORACIÓN
Aquí estoy, Señor,
como Elías en el Horeb,
esperando tú paso silencioso.
Aquí estoy como María en la Anunciación,
para decirte:
¡Hágase en mí según tu palabra!
Aquí estoy con el corazón abierto,
para repetirte:
¡Quiero hacer tu voluntad!
Aquí estoy en el desierto de mi vida, Señor;
Donde: he oído tu llamada;
he sentido la fuerza de tu Espíritu;
he percibido la realidad de tu evangelio
y he acogido, el proyecto de vida,
que tienes para mí.
Estoy seguro-a de que tu plan
de salvación me hará feliz.